19/2/13

El raro caso del baño

La escena era caótica y se evita la descripción para bien del lector. No tanto por lo fatídico sino más bien por lo escatológico. Sólo entonces puedo referirles la locación: un baño, y el actor: un muchacho joven.
Desde que me encargaron el caso las hipótesis eran 2: homicidio o suicidio, de hecho la causa se caratuló como la primer alternativa con etiología dudosa. Pero yo como todo buen investigador, joven, dudoso y porqué no cinéfilo, sostenía la mía propia: accidente.
Volví al lugar dos días después y las diligencias que pude realizar fueron pocas por el apuro del dueño del departamento que quería rápidamente limpiar y más aún borrar de todo recuerdo colectivo los sucesos para no ver castigada su recaudación inmobiliaria al caer el valor de inmueble por las leyendas que pudieran tejerse sobre el mismo.
Lo ya sabido por las fotos del perito judicial: torso hacia abajo sobre el bidet con la cabeza del lado de la ducha, brazos sostenidos por el borde de la bañera, como en la mayoría de estos casos la cortina caída y diversos frascos esparcidos por el piso, algunos de vidrio, otros de plástico y sangre.
Una vez allí, ya sin el cuerpo del pobre muchacho, me detuve en los siguientes detalles: el botón del inodoro sin apretar y lo que un “ir de cuerpo” implica todavía flotando, la mierda casi disuelta por el accionar del agua. No había papel higiénico adentro del agua ni afuera, por lo que tomé nota para revisar el informe forense en este punto. No se veían revistas ni libro o folleto alguno en el baño. El monoambiente estaba bastante ordenado.
La cerradura sí, presentaba la apertura forzada por el cerrajero que el primer agente llamó ante el pedido de auxilio de la novia del muchacho cuando luego de varios minutos de tocar el portero cinco pisos abajo la obligó a pensar lo peor y corrió hasta la esquina en busca de algún efectivo policial. Este error de procedimiento por el pronto ingreso no impide sospechar con certeza que nadie ingresó previamente al lugar, por lo que a prima facie el móvil no era ni robo ni hurto.

La semana fue difícil pero ya tenía todo lo que hacía falta para leer y analizar antes de entregar el caso al fiscal. Me llevé a casa copia del informe forense, por correo-e me habían llegado las fotos y además completé una buena cantidad de notas y apuntes con las indagatorias al agente, al cerrajero, la novia y un par de vecinos del edificio más la visita ocular del jueves.
Era viernes y mi cansancio pedía a gritos soledad y buena música. Llegué a casa, me desvestí y comencé el ritual pacificador de mi yo. Cerveza helada, Pearl Jam y alguna revista liviana. De ahí al baño a devolverle al sistema lo que el sistema me da, en defintiva a cagar.
Y podría decir que este es el incio del fin del incio. Una vez sentado en el trono unipersonal me doy conque dejé la revista afuera, es en ese interín que el acto mágico de defecar no puede ser interrumpido pero a la vez las neuronas sedientas de letras estúpidas incentiva a leer cualquier cosa. No había nada cerca ni un puto folleto. Y cuando estaba a punto de claudicar en el intento recordé aquel nuevo shampoo que compré y quizás sin ser poesía o literatura podría distraer mis ojos en los últimos instantes de mi acto. Es que sostengo que una vez limpiado el sector ocupado por la acción de defecar (el culo) ya no es válido permanecer sentado con el material de lectura que pueda conseguirse (la  revista olvidada afuera en la cama) porque la sensación es totalmente diferente y carece de sentido lógico.

Así es que el estirón de mi cuerpo por sobre el bidet para alcanzar el nuevo frasco implicó un feo resbalón que me impidió sostenerme ya que quería evitar la inmundicia de ensuciar con caca las instalaciones. Es allí donde la cortina no sirvió de arnés y se desmoronó arrastrando con ella los frascos, cremas y demás que estallaron en los cerámicos que hicieron de pinchoso receptor a mi caída clavándome astillas y pedazos de considerable tamaño en el rostro para rematar con la feroz caída del soporte y la repisa que los sostenía sobre mi nuca.

Lo que sigue después es un poco lo que inicia este relato. No recuerdo bien porque me volvieron a revisar en la morgue sobre todo allí detrás. Parece ser que la discusión homicidio-sucidio quedó resuelta al ver que mi recto final aún contenía restos de la defecación y por los comentarios de familiares sobre mi excesivo tiempo en el baño leyendo desde grandes tratados de literatura hasta simples y estúpidas etiquetas de productos farmacéuticos depositados en muebles de baños.
 Lo raro acá es la confusa mezcla entre el joven investigador y yo, yo y él y la rara práctica de ambos de pasar largas horas leyendo en el baño, incluso más allá de los límites que el propio cuerpo impone, como así también lo confuso de aquellas hojas del expediente y las notas repartidas por el piso del baño de nosotros que no salían en las fotos.
x F.C.